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“…Cuando yo soñaba un mundo al revés

Una y otra vez suelo preguntar a mis alumnos para que sirve la pintura, las respuestas, como se supondrá son de lo más variado, las hay pretenciosamente académicas y otras cándidas, la mayoría balbucea lo que ha escuchado de otros sin tener certeza de sus afirmaciones. Sin negar la pertinencia o acabado que pudieran tener otras contestaciones, sigo prefiriendo la que yo me he hecho a lo largo de los años y que no sin razón causa el asombro de mis estudiantes: La pintura, como el arte todo, sirven para hacer posible lo imposible, para que otros podamos contemplar, de facto, lo que sólo la imaginación puede concebir. Me parece que entre otros ejemplos, La obra de Javier Saavedra ilustra perfectamente esta idea, así cono encarna la canción de Paco Ibáñez en la que nos hace saber todo lo que pasaba una vez cuando soñaba un mundo al revés. La pintura, en efecto, tiene esta capacidad y por tanto se corresponde con un tipo particular de conocimiento que sólo está reservado para el arte y que se ha venido transmitiendo desde que se coloreó la primera superficie de la historia; conocimiento que no proviene solo desde el punto de vista de la sensibilidad, sino también de la racionalidad que sin este tipo de apoyos estaría perdida. Pero para que realmente cumpla con su cometido, para que se transforme en un saber sobre el mundo, las cosas y los hombres, necesita, qué remedio, haber sido realizada correctamente. Pero cómo, se preguntará más de uno, acaso es posible que alguien sostenga la corrección de la pintura ante el panorama actual. Por supuesto, pues la libertad ganada por el arte contemporáneo nunca se ha visto supeditada o se ha obtenido a costa de hacer mal el trabajo. Nunca, una obra de la tendencia que se quiera o desde la postura que se desee adoptar, ha podido cumplir a satisfacción con su propósito, si no está concebida y realizada desde el conocimiento profundo del oficio que le permite materializarse. Y en este caso, también, el trabajo de Javier Saavedra es un buen ejemplo. En efecto, la obra de este joven artista, no esconde el buen aprendizaje que del oficio hizo de sus maestros, en especial Luis Nishizawa; más de él no sólo obtuvo el cómo llevar el pigmento a la superficie, sino también el ver, apreciar y aprender observando la obra de otros, es por ahí por donde se le cuelan lecciones de Atl y Siqueiros, amén de la pintura española, en particular la de la escuela catalana o, quizás mejor dicho, la mediterránea. El bien hacer de Saavedra, o la buena cocina que posee su obra, inicia –de qué otra manera podría ser—con el dibujo, que el pone en circulación de nueva cuenta o si se prefiere actualiza el que se lleva a cabo a lápiz, una práctica cada día más difícil de encontrar y más aún con la calidad, elegancia y finura con que lo lleva a cabo. Su dibujo, que bien puede considerarse como obra aparte o como exploración preparatoria para la pintura, se continúa sobre la tela; ahí destaca, no sólo el buen trazo sino también el conocimiento que tiene del color. El color en la pintura, los pigmentos, son para ésta la luz, la luz que en nuestro mundo hace posible que veamos las cosas; convertida en color, ya sobre la superficie, crea atmósferas, ambientes, texturas, se transforma en materiales, en la oscuridad de abismos insondables o la claridad de un cielo matinal, en la calidez de una piel o la rugosidad de una corteza. Trazo –dibujo—y color, a su vez, colaboran juntos dentro de la composición y aquí, en este aspecto, hay que acreditar un acierto más en el trabajo de Javier Saavedra. Sus obras poseen algo que recuerda a Siqueiros y su perspectiva dinámica, a ATL y sus aéreos paisajes con sus horizontes curvados, y cómo no iba a parecerlo si las composiciones de Saavedra denotan movimiento o más que movimiento un dinamismo perpetuo logrado a través del uso de las diagonales arqueadas, amén de líneas fuerza que apuntan hacia el exterior, en tal sentido es dable decir que tienen una estructura abierta, muy a lo Barroco. Todo lo anterior, por sí solo, si no estuviera destinado a algo más, sería fútil, exiguo e infértil ejercicio formal. Por fortuna éste no es el caso de Saavedra. He dicho al inicio de estas líneas que el arte en general sirve para hacer posible lo imposible, lo cual de inmediato nos refiere a una de las capacidades humanas más preciadas, la imaginación y de esta se desprende la fantasía. Decir que la pintura de Javier Saavedra es fantástica no aporta mucho, como tampoco decir que tiene cierta filiación surrealista; no tiene el exotismo de un Dalí por ejemplo, pero tampoco un primitivismo a la Miró, como tampoco un conceptualismo tipo Magritte. La fantasía de este pintor, me parece, tiene otros orígenes que posiblemente habría que rastrear en ciertas obras de los otros dos pintores que he venido citando, Atl y Siqueiros, pero aún y cuando abreve de ellos (en especial en cierto gusto por la tierra, lo telúrico) va mucho más allá, hasta la visión de un mundo en donde las cosas materiales, las hechas por el hombre y las naturales se compenetran unas a otras, en donde comparten estructuras y rasgos similares y en donde en este universo autocontenido, interconectado, en el que nada existe por sí mismo, surgen fragmentos de otra naturaleza, una naturaleza más propia de mitos y leyendas, de antiguas historias que nos remontan a momentos originales; si habría que encontrar un símil a estas imágenes muy probablemente yo citaría la película Big Fish de Tim Burton. Conviene hacer una advertencia final a pesas de todo lo antes dicho. Sin duda Javier Saavedra tiene credenciales más que satisfactorias para incursionar en el mundo de la plástica; su habilidad natural, el aprendizaje que ha hecho de sus maestros y de lo mucho que ha visto y practicado lo han llevado a concebir una obra como la que aquí se ha tratado de describir, no obstante y dadas todas estas condiciones, lo hecho hasta ahora es insuficiente, y más a partir de haber tenido ya su primer exposición individual en una galería de tanta tradición como es Arte, A.C., en Monterrey, N.L. Y es insuficiente porque a una persona con sus capacidades ha de exigírsele mucho más, no tanto en lo que a recursos técnicos se refiere, sino más bien en lo que toca a sus contenidos, estos han de evolucionar para dar paso a una temática de madurez y mayor compromiso con su quehacer; podría decir, sin temor a equivocarme, que ahora sí ha terminado su periodo de formación y que lo mejor de su obra está aún por venir. Hagamos votos porque así sea. Xavier Moyssén L.Universidad de MonterreyMayo, 2004

 

Xavier Moyssén L

Universidad de Monterrey

Mayo, 2004

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