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LA NAVE DE LOS LOCOS

 

Javier Saavedra comparte algo más que el título de su serie pictórica con Hieronymus Bosch (quien pintó un cuadro bajo el mismo título).

 

La perfección técnica, la minuciosidad del detalle, la habilidad dibujística, la fantasía desbordante y el tácito comentario crítico a su contemporaneidad, están presenten tanto en la obra del pintor mexicano como en la del artista de los siglos XV y XVI.

Pero la distancia temporal es tangible ya que mientras el primero caricaturizaba al hombre y lo insertaba en un mundo al revés para revelar sus excesos y deshonestidad, el segundo inventa edilicias fantásticas para hablar de la importancia del individuo ante la incertidumbre del progreso colectivo.

 

Javier prescinde casi por completo de las representaciones humanas para construir arquitecturas y artefactos aéreos, terrestres y acuáticos que  compartimentan espacios y colocan escalerillas por doquier pero que intencionalmente disponen de pocos lugares habitables. Esa ausencia o imposibilidad humana habla por defecto de su apremio.

Las laberínticas y complejas edificaciones resultantes son posibles gracias a  juegos cromáticos, principalmente de colores complementarios en tonos pastel, y a la superposición infinita de laminillas de formas diversas que en conjunto articulan una suerte de instante pictórico que adivinamos pasajero.

 

Mientras las urbanizaciones que se emplazan por tierra parecen ser resultado de la colisión de enormes semillas que al quebrarse crearon innumerables grietas y cavidades sólo para que la imaginación -o pequeñas estatuas- las ocupen, los inmuebles/máquinas que aparecen en el cielo y el mar parecen erigirse sólo para  lanzarse a la deriva.

 

La metáfora de la nave sin rumbo, empleada también por El Bosco en el cuadro mencionado, puede leerse en el compendio pictórico de Javier  de dos maneras: como exaltación del flâneur y del deambular como forma creativa de conocimiento, o como una crítica a la navegación sin rumbo y sin gobierno de la sociedad. La primera como un logro de la singularidad humana y la segunda como un naufragio social.

 

Más de tres décadas de trayectoria le han permitido al pintor mexicano construir un universo original donde el artista es un paseante de su propia imaginación, un topógrafo vagabundo que recorre ciudades internas para descifrarlas y cifrarlas.  

El mundo y la estética creados detonan todo tipo de lucubraciones fantásticas muy a la manera de Hayao Miyazaki pero mientras para el célebre creador japonés de animé sirven para cuestionarnos nuestra relación con la naturaleza, en la obra de Javier nos invitan a reflexionar sobre nuestra relación con el entorno social y el artificio humano.

 

Pocas veces nos detenemos a pensar si el  mundo que construimos y habitamos es propicio para el desarrollo humano y social y si nuestra ruta vital es producto de decisiones sentidas y razonadas o de la simple inercia de una barca a la deriva.

 

Aurora Noreña

Mayo 2014

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